|
Zacarías llegó a España en 2010 con su mujer y su hija y se trasladó de Alicante a Vitoria. :: RAFA GUTIERREZ |
«Los asilados políticos tenemos los mismos problemas que un inmigrante cualquiera, con el añadido de que no podemos volver», dice.
Laura Caorsi
Cuando se acerca el mes de marzo, una parte de la comunidad colombiana prepara actos de reivindicación y protesta. Hay un día -este año, el martes 6- en que se recuerda a todas las personas que han sido despojadas de sus tierras de manera arbitraria y forzosa. Campesinos, en su mayoría, que han quedado atrapados en el conflicto armado que vive el país y lo han perdido todo. Muchos han sido víctimas de detenciones, desapariciones, desplazamientos... Y exilio.
Aunque el grueso de las manifestaciones tiene lugar en Colombia, también hay movilizaciones fuera, y Euskadi no es la excepción: la próxima semana habrá una concentración en la explanada del Teatro Arriaga. La convocatoria, dirigida a toda la sociedad, tiene varios objetivos. El primero es exigir la restitución de esas tierras y una profunda reforma agraria. El segundo, dar a conocer esta problemática en otros países del mundo. Y el tercero, dar visibilidad a los muchos exiliados colombianos que viven aquí, en condición de asilados políticos.
Zacarías Enciso es uno de ellos. Se marchó de su país el 6 de abril de 2010, acompañado por su mujer y su hija, y actualmente reside en Vitoria. «Yo no me fui de Colombia para tener una vida mejor, sino para poder vivir, que es algo distinto», expone este exdirigente campesino que pudo llegar aquí gracias a Amnistía Internacional y su programa de protección de defensores de Derechos Humanos.
«En mi país, era líder agrario -relata-. Trabajaba con organizaciones campesinas para defender los derechos de la gente que ha sido víctima de la confrontación armada. En las zonas rurales, además del arrebato de las tierras, hay un total abandono. El Estado no invierte allí, no construye centros sanitarios ni escuelas. Lo único que encuentras es mucha gente desplazada y sufrida, con gran indignación, escasa educación y armada con sus herramientas de labranza», explica Zacarías, quien presidió durante años la asociación de campesinos Agroguejar.
El «estigma» del activista
En un contexto como ese, el problema de ser activista es «el grado de exposición y el estigma al que te sometes», señala. «En Colombia hay tres actores armados: el Estado, los paramilitares y la guerrilla; y cuando eres dirigente, te pones en medio de los tres. Debes ser participativo y democrático, pues tienes que hablar con todo el mundo, conocer puntos de vista, mediar. Y eso es lo que crea el estigma: como hablas y te reúnes con todos, siempre hay suspicacias sobre ti. Tu única herramienta de trabajo es la palabra y el pensamiento». Hasta que los interlocutores se cansan de hablar.
«La amenaza era muy grande y por eso me marché. Llegué con mi familia a Madrid y de allí nos fuimos a Alicante, donde vivimos hasta el año pasado». Mientras, Zacarías, su mujer y su hija fueron reconocidos en su condición de refugiados y, en mayo, el Gobierno les otorgó el derecho de asilo político. «Hubo un momento, al año de venir, en que pensamos regresar a Colombia, pero la situación era tan inestable e insegura para nosotros que descartamos la idea -explica-. Nos quedamos, el programa de AI terminó y, a partir de entonces, tuvimos que buscarnos la vida. La familia se trasladó de Alicante a Vitoria -esta vez sí, en busca de mejores oportunidades- y, aunque «la adaptación fue dura», lo han logrado.
«Ha sido difícil y no te voy a negar que, algunas veces, me sentí excluido. Los vascos son muy educados y respetuosos, pero la crisis económica no ayuda. Por otro lado, hay un desinterés institucional muy marcado. Como te decía al principio, yo no vine por "el sueño europeo", ni llegué indocumentado. Vine por una necesidad vital y, ahora mismo, estoy ante una disyuntiva: si me quedo, vivo con dificultad, pues en casa entra un solo salario. Si me voy, me expongo al peligro y, además, renuncio al asilo», plantea. «Quienes venimos por causas ajenas a las económicas quedamos olvidados, como en un limbo. Tenemos los mismos problemas que un inmigrante cualquiera, con el añadido de que no podemos coger nuestras cosas y volver. No sin consecuencias».