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La decisión de migrar es extremadamente difícil, y casi nunca lo suficientemente razonada y pensada como para considerarla una decisión elaborada y madura. A decir verdad, la mayoría de las veces es una decisión,cuanto menos, temeraria. La persona que migra cambia su vida para siempre en busca de unas ganancias y mejoras, que logrará en muchos de los casos siempre que no se haya puesto las expectativas muy altas. Lo que no busca la persona migrante son las pérdidas, las tensiones, los sufrimientos y los malos momentos que pondrán a prueba su capacidad para afrontar situaciones anómalas, ambiguas y ambivalentes. Mas las
situaciones complejas se presentarán sin invitación y llegarán precisamente para poner a prueba su equilibrio psíquico y su capacidad adaptativa y creativa: es decir, los recursos que han mantenido viva a la especie. Todo es susceptible de hacerse más complicado en los momentos menos oportunos
POR FRANCISCO LUIS HERNÁNDEZ REINOSO
Uno de los elementos que marca la distancia entre unas personas migradas y otras es su disponibilidad y capacidad para elaborar el duelo por las pérdidas o el alejamiento de cosas tan significativas como la cultura, la lengua, la tierra, los familiares y amigos, el grupo étnico, el estatus social y la seguridad física. En la medida en que sean capaces de asimilar el dolor resultante de esas pérdidas serán capaces de reorientar sus esfuerzos
hacia la integración en la nueva realidad. En la medida en que se integren en esta nueva realidad descubrirán que pueden encontrar apoyos para recuperar su equilibrio psíquico y ganar en calidad de vida.
No pregunten cómo se hace. No hay fórmulas. Se presupone que las personas con mayor competencia (entendida como la habilidad para manejarse en diferentes situaciones y tomar decisiones sin sobreprotecciones y riesgos innecesarios) y que logran reconstruir una red social logran recobrar su equilibrio sin dejar huellas traumáticas. Quienes no lo logran arrastrarán un lastre que marcará o matizará todo su proceso de adaptación al nuevo entorno. Y algunos y algunas, quizá, nunca lo logren.
Pero incluso, la presencia de la competencia adecuada y de una red de enlaces sociales no es suficiente. La integración no ha de valorarse solamente por los esfuerzos que hacen las personas migradas para adaptarse, para insertarse en el nuevo medio socio-cultural. Han de valorarse también los esfuerzos que hace la sociedad de acogida por aceptarlas con sus aciertos y desaciertos, con sus virtudes y defectos. Las personas migradas han de ser aceptadas en la nueva sociedad tanto en el contexto formal de socialización (escuela, maestros, funcionarios de nivel comunitario, etc.) como en el contexto informal (cuadrilla, comunidad, etc.).
La tarea es ardua. El contexto formal es relativamente indulgente. El informal, en cambio, no es un contexto social abierto.
La cuadrilla, por ejemplo, es una unidad básica en las interacciones sociales del nuevo contexto, posee una estructura dinámica, un liderazgo, unos roles, unas reglas de funcionamiento implícitas y compartidas y facilita relaciones humanas más o menos estrechas en dependencia de su configuración y su grado de cohesión. Pero la cuadrilla es un grupo de acceso limitado.
Las personas migradas han de esforzarse por insertarse y ser admitidas en la nueva estructura social, pero sobre todo en las interacciones de orden informal, que es donde se facilitan y promueven mecanismos y contenidos de identidad local, donde se vivencian muchos de los valores y pautas de la comunidad, donde se conforma y contrasta una percepción social sobre lo foráneo que termina siendo incluyente o excluyente. Y donde, en última instancia, encontrará una parte de lo que añora y que ha perdido. La inserción social en estos contextos (formal e informal) y sobre todo el segundo, acaba siendo la mayor contribución al equilibrio psíquico de la persona migrada, su mejor sostén.
* Mediación Norabide de Vitoria-Gasteiz
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