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Fuente foto: www.educa.jccm.es |
Convivencia y democracia en la globalización.
La globalización es un proceso de trascendencia y proyección histórica. Es una realidad irreversible. No existe opción entre globalización y no globalización. Cabe sí, buscar los beneficios mejores y posibles, dentro de la globalización. La no globalización es marginalización. Son preferibles los riesgos de aquélla, que las nefastas consecuencias de ésta.
Ya nada es lejano.
Podríamos enumerar muchas ventajas que nos trae la globalización, como también muchas desventajas. Pero si consideramos que este proceso llegó para quedarse, corresponde entenderlo y comprenderlo, para poder navegar en él con mejores posibilidades. na de las innegables ventajas, es el acceso tecnológico y personal a las múltiples culturas que existen en el planeta. Nada es totalmente lejano. Es preciso saber combinar la comarca con el mundo. Y cuando hablamos de mundo, sabemos que hoy día no es inaccesible. En esa interacción entre lo propio y lo ajeno, surgen nuevas pautas para que se mejore la comarca y podamos convivir en el mundo.
El acceso cada vez más fácil y frecuente al conocimiento de otras culturas, es una de las características de nuestro tiempo. Así seguirá siendo de aquí en adelante. Reconocer la pluralidad y el multifacetismo cultural es un dato insoslayable del mundo global. Este es un juicio de realidad.
Los valores.
Cuando nos movemos hacia el mundo de los valores, este juicio de realidad reclama un indispensable juicio de valor: promover la convivencia intercultural. Es buena como fenómeno intelectual y de expansión del conocimiento. En sí mismo, es simultáneamente un progreso cultural. Ya vale por sí mismo.
Pero no debemos conformarnos con este adelanto. Cuando se trata de “convivencia intercultural”, está en juego la convivencia misma de los pueblos y su diversidad interna y externa. Reconocer y respetar las otras culturas, es el camino por excelencia y esencial para preservar la paz y el respeto entre las naciones. Es también fundamental para preservar y promover la propia identidad cultural.
Educación para la tolerancia.
No se trata solamente –aunque subrayamos su importancia decisiva– de las políticas de los Estados y de los organismos internacionales o regionales destinadas a asegurar la convivencia intercultural. Es necesaria una educación prioritaria en las familias, en las instituciones educativas y en el estilo de vida, que enseñe a convivir con otras culturas, sin dejarse tentar por las nefastas tendencias a sobrevalorar la propia y menospreciar las ajenas. Ninguna política institucional es conducente, sin la base insustituible que aporta la educación intercultural.
En otras palabras: el mundo globalizador corre riesgos insuperables si descuida la formación de la gente hacia la convivencia y el respeto intercultural. Claro que esta convivencia no puede funcionar, si no se encaminan políticas viables hacia el crecimiento económico, ligado a una equitativa distribución, que incremente el bienestar de las poblaciones. Estos caminos bien dirigidos y en progreso permanente, harán sentir a las gentes que la globalización puede mejorar las condiciones de vida.
La verdadera democracia.
Desde la perspectiva de la estructura y vigor democrático de las naciones, y de las relaciones internacionales destinadas al fortalecimiento del sistema democrático de convivencia, la interculturalidad es uno de los caminos más necesarios. Hablamos de una inteculturalidad dentro de cada nación, y también de las relaciones entre los pueblos y sus respectivas culturas, etnias, razas, religiones, filosofías y perspectivas políticas.
Sin esta educación para una sana y enriquecedora convivencia dentro de sociedades pluralistas, se incrementarán los riegos y enfrentamientos entre los segmentos de cada sociedad, aumentará la conflictividad e irá tomando presencia tolerada la violencia entre la gente y los grupos integrantes de todo entramado social. La interculturalidad fomenta el respeto hacia los valores. Una actitud abierta a los valores y a su cumplimiento conduce al reconocimiento de la dignidad esencial de la condición humana y a la convivencia de las personas compartiendo lo propio y respetando lo ajeno. Esta es la base moral de la democracia como sistema de vida, y no sólo como estructura política. La verdadera democracia debe ser intercultural. La verdadera interculturalidad sustenta y da fuerza espiritual a la democracia.
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