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Estudiantes y familiares saliendo de la escuela judía atacada el lunes en Toulouse. reuters |
En la última década no ha dejado de aumentar en Francia la violencia xenófoba contra judíos, musulmanes y extranjeros.
La violencia racista no ha dejado de crecer en la última década, en toda Francia, hasta convertirse en un pavoroso cáncer moral. El 1 de mayo de 1995, un grupo de cabezas rapadas que desfilaban al final del cortejo oficial del Frente Nacional (extrema derecha), liderado entonces por Jean-Marie Le Pen, asesinó a un marroquí de 29 años, arrojándolo al Sena tras apalearlo. Desde entonces, la violencia racista ha continuado creciendo, a pesar de un largo rosario de llamamientos y advertencias solemnes.
Las estadísticas oficiales confirman más de 1.000 actos racistas al año en Francia. En 2009, por ejemplo, la Policía contabilizó 130 agresiones físicas racistas y 806 amenazas o actos de intimidación. Se dejan sin contabilizar comportamientos inquietantes: bares donde un perro «olfatea» a los inmigrantes que intentan entrar, barrios parisinos donde los judíos deben «atrincherarse»...
El «goteo» de la violencia racista tiene muchos rostros: profanación de tumbas judías o musulmanas con inscripciones agresivas; lanzamiento de cócteles Molotov contra escuelas judías; apaleamiento de magrebíes; comportamientos racistas en las fronteras...
Con frecuencia, los conflictos de Oriente Próximo tienen en la periferia de las grandes ciudades prolongaciones violentas de árabes contra judíos y judíos contra árabes. Pero son mucho más llamativas las agresiones racistas protagonizadas por franceses «auténticos»: las «operaciones de castigo» contra judíos o árabes, musulmanes o no, por «razones» puramente racistas.
Esas agresiones racistas casi siempre quedan impunes, aunque es notoria la existencia de grupúsculos extremistas. Un grupo que se autodenomina «Gentuza, fuera» incluso protagoniza manifestaciones callejeras. Muchos de sus militantes reaparecen con frecuencia en la «periferia» de las manifestaciones de apoyo a los líderes del Frente Nacional (FN), cuya candidata a la presidencia de la República es Marine Le Pen. Desde hace varios años, incluso se celebran reuniones «amistosas» para celebrar «virtudes patrióticas», animadas con «embutidos nacionales» y «vino francés», para terminar con cantos «patrióticos» y zafios chistes racistas.
Atomizada, dispersa, la inmigración magrebí sufre esa violencia racista en «solitario». Los judíos franceses, o llegados del norte de África, hace años que intentan «organizarse» contra la violencia racista, incluso han conseguido el derecho a tener a una seguridad especial frente a agresiones de todo tipo.
A raíz de los estallidos de violencia antisemita, entre 2000 y 2005, 145 escuelas y guarderías judías, 198 asociaciones y 235 sinagogas reciben una protección policial muy especial y visible en varios barrios de París, donde los establecimientos judíos deben ser protegidos por fuerzas del orden. Johathan Hayoun, presidente de la Unión de estudiantes judíos, declaraba, hace dos días: «La liberación de la palabra antisemita y racista ha creado un clima de inseguridad para los judíos de Francia. Pedimos al Estado que refuerce la seguridad de las escuelas y sinagogas judías».