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DOLORES SOLER ESPIAUBA, ÚLTIMO PREMIO GABRIEL MIRÓ CON UN CUENTO SOBRE INMIGRANTES
Eguna: 19.10.2007 | Iturria: SI SE PUEDE

Dolores Soler Espiabua
"Las palabras "inmigrante" y "extranjero" son bellas y tristes" fueron las declaraciones de la escritora Dolores Soler, ganadora de la última edición del Premio Gabriel Miró de Cuentos, que habló con Si sobre su relato premiado.

No hay más que mirar a nuestro alrededor, “abrir el periódico o ponerse delante del telediario” para saber quiénes y cómo son los protagonistas de La tumba del rey Baltasar, el relato ganador del LII Premio Gabriel Miró, uno de los certámenes literarios de cuentos más prestigiosos de España.


Así lo afirma su autora, la cartagenera afincada en Bruselas Dolores Soler Espiauba, quien define a sus personajes con una mezcla de realismo y sensibilidad literaria : “Son varones subsaharianos, jóvenes, longilíneos, oscuros, solos, en chándal y zapatillas, con una bolsa de plástico en la mano y un trallazo blanco en los ojos, a veces, muy pocas, en la sonrisa”. Unos inmigrantes con sueños tan cotidianos como “tener comida caliente en las noches de invierno, alguien que les esté esperando al regresar del trabajo, unos vaqueros nuevos, pasearse por el mercadillo del domingo sin sentirse observados con recelo… Y poder regresar un día a su país con la frente alta”.


Soler declara que el cuento le ha permitido denunciar “en poco espacio” una realidad de la inmigración “injusta, triste e intolerable”. Y lo hace a través de imágenes contundentes. Sus personajes viven en un cementerio, lugar que le inspiró un suceso real protagonizado por unos inmigrantes que ocuparon el cementerio vacío de un pueblo del sur español. “Ellos saben que es el único lugar donde los van a dejar tranquilos, donde nadie exigirá su identificación, donde nadie vendrá a meterlos de nuevo en un barco en un avión, con destino a su tierra”. Pero tan fúnebre escenario, apunta la autora, también habla de “la soledad. La soledad de los vivos, la soledad de los muertos”.


El relato premiado es una historia de contrastes. Baltasar, el protagonista, es ensalzado y marginado a la par. Soler explica que el cuento «acaba mal, tiene un momento bonito y optimista porque uno de ellos, al que generalmente se le desprecia, se ve haciendo de rey Baltasar, vestido de terciopelo y saludando a los niños... .Pero luego la realidad es otra porque los inmigrantes no siempre son bien vistos”.


Esta escritora lamenta la utilización interesada de los inmigrantes: “Me pregunto cuántos empleadores se interesan por el pasado y el presente de los extranjeros que trabajan para ellos: Cómo es su país, su pueblo, a quiénes dejaron allá, qué se come, cómo se celebran las fiestas, cómo se dice niño, abuela, mañana, agua en su idioma.  Cómo pasan los domingos, qué noticias reciben de los que se quedaron. En muchos casos, cómo consiguen cuidar a niños y ancianos ajenos con tanta ternura, habiendo dejado allá a los suyos”.


A este respecto, Soler reclama “tener una visión más abierta”, y apela a la memoria colectiva de los españoles,"inmigrantes no hace tanto tiempo y a lo largo de bastantes siglos”.  También lo pide en su cuento: “El mensaje está claro: Veamos en cada inmigrante a un individuo, pensemos en lo que éramos muchos españoles. La misma soledad, el mismo desamparo”.


“Estamos dando prueba de tener una memoria muy corta y, sobre todo, muchas ganas de olvidar”, dice la autora. “Quien lo ha pasado mal económicamente y de repente se encuentra inmerso en una agradable prosperidad intenta por todos los medios olvidar su pasado y que los demás lo olviden”, y puntualiza: “Muchos antiguos emigrantes, hoy enriquecidos en prósperas zonas rurales de nuestro país, gracias a las ayudas de la UE y al trabajo de los inmigrantes extranjeros, se comportan de una manera desconsiderada con los que huyen de la miseria y del hambre. Creo que en los programas escolares deberían incluirse estos testimonios de nuestra historia reciente mucho más representativos de lo que somos que la Guerra de las Galias o la lista de los Reyes Godos”.

Puertas cerradas

Preguntada sobre las leyes migratorias opina que España, “desgraciadamente, como país miembro de la UE, no puede actuar en solitario, porque depende de los acuerdos de Schengen, del  Frontex y de otros organismos  que frenan  esfuerzos que hubiera podido hacer el actual gobierno. Debemos reconocer, así y todo, que, a pesar de las dobles alambradas, de las repatriaciones  masivas y de la vigilancia costera, dicho gobierno ha legalizado la situación de muchos miles de personas que hoy aportan su contribución a la Seguridad Social, a la natalidad y al cuidado  de nuestros niños y  mayores”.  Personalmente, le duele la exigencia de visado de entrada “a muchos de nuestros hermanos iberoamericanos. Cerrarle las puertas a África y cerrárselas a nuestra América me parece injusto y algún día se nos pasará la factura”.


Soler sitúa la inmigración actual en el marco de un mundo globalizado: “Las diferencias entre el Norte y el Sur, entre países ricos y países pobres, es cada vez mayor, y los medios, la televisión y el cine,  lo proclaman constantemente. La Carta de los Derechos Humanos afirma que todo individuo tiene derecho a desplazarse, a salir de su país en busca de un trabajo y una vida mejor ¿quién puede arrogarse el derecho de impedírselo?”. A su juicio, los caminos que recorrer para lograr una buena convivencia son tortuosos: “Los buenos ejemplos de antaño, los de mi juventud, se van desdibujando cada vez más, si miramos más allá de los Pirineos, ya que las políticas frente a la inmigración se están endureciendo  en países que tradicionalmente acogían e integraban fácilmente a inmigrantes y exiliados. Creo que si los gobiernos no dan ejemplo, si en los programas educativos no se integra el multiculturalismo, va a ser difícil exigir a los individuos la comprensión y el interés de la mezcla de culturas. La buena convivencia reside en promover  valores de solidaridad frente a las terribles diferencias entre países ricos y países pobres”.

Descifrar otros códigos

Ser inmigrante es “verse obligado a dejar tu tierra, a veces también tu familia, por razones económicamente imperiosas, con la zozobra de no estar seguro de poder volver, por falta de medios. Es llegar -dice-, en condiciones mejores o peores, a una tierra desconocida, en la que esperamos encontrar condiciones de vida más dignas que las que dejamos atrás”. Una definición que no le permite considerarse como tal, pues su salida de España, en los 60, la motivó su matrimonio con un ciudadano francés: “La España que dejaba no me ofrecía el menor atractivo y la Europa que empezaba a descubrir me parecía un modelo de libertad y democracia, de tolerancia,  de bienestar económico también,  de todo lo de que nosotros carecíamos  entonces.  Fue una suerte para mí y esta salida condicionó mi vida y mi futuro para siempre”. Los comienzos “no fueron fáciles”, pues su marido fue destinado como profesor a Varsovia, en la Polonia entonces comunista. “Allí -cuenta- realicé mi primer trabajo, en la Universidad de Varsovia, y aprendí mucho”.


Concluye que ser inmigrante “es, pues, tener que adaptarse a otros modos de vida, aprender otras lenguas, saber descifrar otros códigos,  compartir otras prácticas culturales, saber que no se debe criticar sistemáticamente todo lo ajeno, por extraño que parezca, y… lo que es más difícil, yo a menudo no  lo consigo, no pensar constantemente que lo nuestro es lo mejor, que lo que quedó atrás es lo único  que vale. En una palabra, intentar integrarse”.


Soler cuenta que Bruselas es una ciudad que favorece la integración, “debido al enorme mestizaje que se vive en sus calles. Por supuesto que hay inmigrantes de diversas categorías, desde el funcionario de la UE hasta el bangladesí  indocumentado  que se refugia en una iglesia para que no le expulsen. Bélgica, a pesar de las actuales  tendencias  extremistas de cierto partido  de la región flamenca, es un país que integra y acoge con faci

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