–¿Qué deberían desterrar las sociedades cristianas y las sociedades musulmanas respectivamente para poder convivir en paz?
–Yo creo que la mejor manera de convivir sería que no hubiera ni cristianismo ni islamismo, pero claro, eso no puede ser... El problema viene porque ambas religiones son monoteístas y exclusivas: ambas tienen dioses que se imponen, y eso dificulta la convivencia. En el momento en que se quiera plantear una convivencia, ambas religiones deberían hacer cambios muy profundos, empezando por el hecho de que tendrían que renunciar a pensar que ellas son la Verdad con mayúsculas. Ahora, siempre caben pequeños pasos, y en ese sentido yo pediría a los musulmanes que se ilustraran más y se dejaran influenciar por otro tipo de culturas, y a los cristianos que fueran menos paternalistas y cínicos, y que empiecen a pensar que su religión es una más de las que hay. No sé si así se acercarían, pero al menos, no se pegarían.
–Va a hablar de los límites del pluralismo desde la óptica del Derecho. ¿La libertad de uno termina donde empieza la del otro, o como dice Frabetti, pueden entrelazarse?
–Hay dos niveles: el primero, el negativo, en el que mi libertad empieza donde termina la tuya. Sería una visión defensiva. Pero lo que realmente nos hace crecer en moral es que uno tenga más libertad en función de aumentar la del otro, cuando al otro se le ve como un espejo, como alguien que me ayuda a mí a ser libre. Ese es el nivel ideal, el que nos proporcionaría mayor satisfacción.
–Nos hemos convertido en una sociedad receptora de inmigrantes. ¿Cómo han ido evolucionando los problemas morales relativos a la relación con este colectivo?
–Creo que cada vez va a haber más xenofobia. La gente no ha tenido la más mínima preparación respecto a que venga gente distinta. Muchas veces nos han hablado de integración en términos meramente propagandísticos, de que se han integrado, por ejemplo, en ‘El Corte Inglés’, pero no ha habido una didáctica más seria al respecto. Además, es un colectivo que recoge a muy diferentes tipos de personas. La inmigración es un tema que tiene cantidad de aristas. La mejor manera de solucionarlo sería, por supuesto, que no tuvieran que emigrar, sino que el mundo desarrollado tuviera la obligación de ayudar a los países de los que proceden. Pero una vez que están aquí, es esencial que tengan los mismos derechos y deberes que tenemos quienes estamos aquí. Y en los derechos, no sólo me refiero a los civiles, sino a los políticos y sociales, pero al mismo tiempo, exigiéndoles que ellos cumplan las normas que emanan de un Estado que tiene sus costumbres propias.
–¿Qué diferencia de matices tiene decir mestizaje o decir integración?
–Ambas palabras se utilizan muy mal, son un comodín cuando no se sabe muy bien qué decir. Integrar quiere decir que sean iguales, que sean como nosotros. Al mismo tiempo, insistiría en la importancia de integrarles también en sus propios países, que tomen conciencias que han sido expulsados de ellos, de sociedades muy injustas. El mestizaje genético es absurdo, porque todos somos iguales, y si se hablara de él, se daría por supuesto que hay racismo. Si debería haber un mestizaje cultural, que quiere decir que hay que respetar las costumbres de los demás, aunque no se entiendan, y pensar que mis costumbres son posibilidades para los otros, y viceversa.
–Muchos españoles sienten un agravio comparativo con respecto a las políticas de ayuda que se prestan a muchos inmigrantes...
–Me parece muy bien que haya políticas de integración, porque muchos vienen en condiciones pésimas. Es estupendo que tengan la sanidad o la escuela obligatoria. Ahora bien, hay cosas que chirrían un poco, y es que esas políticas muchas veces dañan al señor del barrio, que ve como muchos inmigrantes pasan delante de él en ciertas cosas. Creo que en esos casos habría que hacer cupos. Yo obligaría a Zapatero o a Rajoy a que mandaran a sus hijos a estudiar en los colegios públicos en los que hay problemas, y es que siempre paga la gente del pueblo mientras ellos mandan a sus hijos a colegios privados.