Nélida Zaitegui presentó en las Cuencas un innovador programa docente desarrollado por el Gobierno vasco

La escuela no sólo es una fuente de conocimiento para los niños. También juega un papel crucial como foro de socialización y aprendizaje colectivo. Por eso los responsables educativos hacen cada vez más incidencia en la necesidad de emplear protocolos docentes que estimulen la convivencia en el aula. Estas iniciativas tiene más peso si cabe en la actualidad debido al auge de la interculturalidad en los colegios, como consecuencia de la inmigración y la necesidad de armonizar las diferentes tradiciones culturales con un modelo educativo común. También se busca tener los mecanismos adecuados para dar respuesta a las necesidades docentes de la sociedad del siglo XXI y a la problemática del acoso escolar.

Nélida Zaitegui de Miguel sabe de lo que habla porque es inspectora de Educación del Gobierno vasco y responsable del programa docente para la convivencia y la paz. Ya lo era cuando falleció Jokin, el adolescente de 14 años que se suicidó en 2004 en Hondarribia, supuestamente por el acoso al que era sometido por parte de sus compañeros. El Ejecutivo vasco, bajo la supervisión de Zaitegui, ha desarrollado en los últimos años diversos instrumentos para fomentar la convivencia escolar que el pasado miércoles fueron presentados en Langreo y Mieres por la inspectora y pedagoga, en dos actividades programadas por el CPR de Lanón-Caudal.

En esas charlas, Zaitegui explicó -ante una treintena de profesores de toda la región y otros representantes de las comunidades educativas- las claves de su plan de convivencia. «Lo primero es definir lo que se entiende por convivencia. Hay que llegar a una propuesta consensuada de profesores, padres y escolares; es importante peguntar qué espera el alumnado de la escuela, porque se suelen tomar decisiones sin su participación», precisa Zaitegui.

Diagnóstico
El siguiente paso es elaborar un diagnóstico de la convivencia en el centro, registrando metodológicamente (a través de fichas estructuradas por categorías) los puntos débiles y los puntos fuertes del centro. «Se trata de localizar lo que nos hace sentir bien, por un lado, y lo que no funciona, por el otro. A continuación hay que determinar las causas y fijar un objetivo para cada una de ellas que debe desarrollarse durante el curso», argumenta Zaitegui, que añade: «El plan de convivencia debe ponerse en práctica desde una perspectiva participativa y tiene que estar dinamizado por el equipo directivo; su compromiso, que muchas veces no es lo suficientemente reconocido, resulta fundamental».

La última fase del protocolo de actuación es la elaboración de una ficha de planificación que detalle acciones, recursos, tiempos, indicadores de logro y criterios de evaluación. Con posterioridad se realiza un observatorio con un seguimiento y evaluación del plan. Todo ello se completa con un plan de formación para la comunidad educativa de cada centro.

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