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Fuente foto: www.elpais.com Ricardo Gutiérrez. |
El aluvión de escolares genera colapsos, pero separar a los recién llegados no es la solución.
El aluvión migratorio registrado en España durante el último quinquenio se concentra en algunas ciudades, y, dada su dimensión imprevista, ha desembocado en el colapso de ciertas aulas y escuelas: al alto porcentaje de alumnos recién llegados, se suma el número de sus lenguas de origen, a veces superiores a la veintena. En ausencia de un serio programa específico de adaptación e integración efectivas, la calidad educativa capota, para desánimo de las familias; los maestros quedan desbordados, y así la integración de los nuevos alumnos deviene imposible. El mecanismo tradicional para digerir este reto, los refuerzos docentes individualizados, es insuficiente.
Con el propósito declarado de buscar soluciones que salven la calidad educativa y faciliten la integración, la Generalitat ha puesto en marcha un plan piloto, en Reus y en Vic, de espacios de bienvenida, que tienen como objetivo declarado aclimatar durante un periodo indeterminado a los jóvenes inmigrantes, antes de su efectiva escolarización. Salvada la intención de quienes lo han diseñado, es evidente que ese plan contraviene requisitos legales, desoye las doctrinas pedagógicas y contradice las mejores prácticas europeas. Urgía buscar soluciones, pero ésta exhibe graves deficiencias.
Así, se evita la obligación de escolarización universal y el imperativo de que los programas de adaptación para quienes llegan una vez iniciado el curso sean “simultáneos” a su integración “en los grupos ordinarios” (artículo 79 de la LOE). No hay garantía sobre el carácter voluntario y no obligatorio de dichos “espacios”. Tampoco de que su aterrizaje en ellos no acabe eternizándose, al no fijarse un límite temporal. Y, sobre todo, algunos de esos cursos se prevén en centros distintos de los ordinarios, fuera del circuito escolar, contra lo que ocurre en Francia, Alemania, Reino Unido o Canadá.
Este último es el peor defecto del plan. Con todos los refuerzos necesarios, niños y jóvenes deben socializarse en el mismo ambiente, en el mismo circuito, en el mismo patio, evitando líneas separadas. Ése es precisamente el designio que alumbró la inmersión lingüística en catalán, que —incluyendo sus imperfecciones—ha evitado segregaciones y ha ofrecido resultados académicos y sociales al menos equivalentes, si no mejores, a los de otros territorios. También por eso extraña que ahora se conculquen sus principios.
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