Ramón Lobo
Dinaw Mengestu debería tener un buen lío en la cabeza: nació hace 33 años en Etiopía, llegó a EE UU con dos, se educó en Illinois y Washington, posee nacionalidad estadounidense y vive en París. “Todo ha sido muy rápido en los últimos cuatro años. Me casé con una francesa, tuve dos hijos y publiqué dos libros. Ahora estoy a punto de terminar el tercero”. Su biografía podría dar la impresión de un hombre apresurado. Quizá escribir novelas en inglés sobre un mundo complejo y mestizo que le ha traído reconocimiento internacional sea su manera de pausarse.
Pide jamón ibérico —“me gusta mucho, pero en París es muy caro”—. Traen uno de Los Pedroches; huele, un lujo. Al principio lo come con cuchillo y tenedor, hasta que se fija en el comensal de enfrente y sigue con las manos. Con los berberechos no falla, marca la pauta. “No sé cocinar recetas etíopes, solo comida francesa e italiana. Son mis favoritas”.
The New Yorker lo incluyó en la lista de los 20 escritores más interesantes menores de 40 años. Hoy es un privilegiado: vive de sus palabras. Cada mañana, tras depositar a sus hijos (uno y dos años) en la guardería, escribe durante horas en sus dos oficinas fuera de casa: dos cafés parisienses en los que se siente a gusto, fuera del mundo.
Mengestu ha sido reportero para Rolling Stone y Granta, cuya edición en castellano le ha traído a España. “No me da miedo Twitter; lo que temo es que los periódicos abandonen su función. Cada vez hay menos corresponsales y enviados en los sitios. Mi viaje al norte de Uganda fue un lujo. Tuve un mes para recolectar el material y otro para escribir 10 o 12 páginas. Cuando viajas a una guerra que lleva 20 años no puedes aspirar a una exclusiva, solo puedes aspirar a entender y a contarlo mejor”.
El dueño del restaurante Hevia se empeña en que Dinaw pruebe sus patatas con foie y trufa sobre salsa de boletus. El escritor se deja mimar y pregunta cómo llamamos al foie en España, el plato francés por excelencia. “Vivo en París siete y ocho meses al año. Viajo mucho a EE UU y doy charlas en Alemania y en otros países”.
El segundo plato es ternera gallega. Lo traen con un corte neoyorquino en forma de T en homenaje al invitado. La carne está deliciosa, tierna y poco hecha, como le gusta al escritor. Come menos cantidad que el otro comensal; sus maneras son tranquilas, educadas. El hombre apresurado tiene pausa. Sabe de vino. Nada más probar el Gontes expresión 2004, exclama: “Mmmm. Muy bueno”.
“Mi familia es cristiana. Mi padre escapó a EE UU cuando llegó el régimen comunista de Menhistu Haile Mariam. Mi primera novela recrea esa época y esa Etiopía. En mi casa nunca se hablaba de aquello. Tuve que sentar a mi familia y entrevistarla para completar mi documentación”.
Cree que la crisis económica incrementa el racismo y la xenofobia hacia los inmigrantes. La crisis reduce la tolerancia. “En Francia siento más el racismo por el hecho de ser norteamericano que por el hecho de ser negro”. Aún cree en Barack Obama, aunque reconoce que no ha cumplido la mayoría de sus promesas. “Es el presidente de todos; también de los que no le votaron”. “El impacto de Obama a largo plazo será enorme. La imagen de un presidente negro es muy poderosa para los niños negros que empiezan a estudiar. El mensaje es: si quieres, puedes”.