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El reto de construir una respuesta cultural a los agitadores del miedo al diferente.
Eguna: 10.06.2008 | Iturria: REBELIÓN

Fuente foto: www.nodo50.org
Sobre la inmigración se debate con mucha frecuencia, es un tema que preocupa y sobre el que se hacen diferentes disgresiones y planteamientos, muchas veces encendidos, una temática que no deja indiferente y que en muchos casos moviliza emociones y sentimientos. Desde luego no cabe mantenerse al margen del debate o mirar para otro lado porque es evidente que este es uno de los principales retos a afrontar en la actualidad y en el futuro y sino planteamos alternativas o respuestas nos encontraremos con racismo, xenofobia o conflicto. Se trata de dilucidar si según gestionemos la cuestión convertiremos la inmigración en un problema o en una oportunidad.

1. Introducción

La inmigración es estructural y tenderá a aumentar, igual que tienden a aumentar las desigualdades, especialmente si nos mantenemos en el modelo económico neoliberal generador de tremendas desigualdades, no se pueden parar los flujos migratorios ni evitar que los que llegan traten de quedarse y se queden. No hay valla, medida o barrera posible frente al hambre o la falta de futuro.

En este mundo tremendamente desigual que estamos construyendo parece difícil pensar que la principal causa de la inmigración la desigualdad vaya a evitar que ésta sigua produciéndose. Estamos generando un ejercito de desheredados, de excluidos, de “nadies” como diría Galeano.

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.

Hablar de inmigración es hablar también de otro mundo posible, de la desigualdad, de nuestro sistema económico algo que solemos olvidar con demasiada frecuencia entre otras cuestiones frivolizando en exceso sobre la inmigración, sus causas, consecuencias y motivos. Es necesario, una vez más, contextualizar el fenómeno en el entorno en que se produce, en el mundo que habitamos.

La inmigración existe porque se dan tremendas situaciones de pobreza en los países de origen pero ¿qué estamos dispuestos a hacer o a ceder?¿cuántas veces hemos discutido de medidas concretas como una disminución de nuestro nivel de vida para ayudar a estos países o sobre la apertura real de los mercados?, incluso cabe señalar o formular preguntas más directas ¿cuántos españoles mueren de hambre?¿cuántos estómagos vacíos inflados de aire podemos ver por la calle?¿cuánto de nuestra riqueza la debemos al Sur del que nos llegan los emigrantes?¿cuántas materias primas conseguidas a bajos precios con el sudor de muchos “moros” o “negros” consumimos transformadas y etiquetadas a lo largo del día?¿cuánto tiempo debe pasar, cuánto nos van a aguantar?

El fenómeno migratorio, la inmigración, tiene, sin duda diferentes aristas sobre las que debemos establecer respuestas. Hablar de inmigración, gestionar la inmigración supone hacer pedagogía, explicar a los ciudadanos, digamos “autóctonos” las políticas de migración, sus porqués, sus motivos, sus efectos y sus ventajas.

Hay que tener buenas actuaciones, buenos principios, pero, además, hay que saber comunicarlos, transmitirlos, saber conectar con los ciudadanos. Hay que explicarle al ciudadano de a pie los porqués de la inmigración, sus aportes, hay que hacer sensibilización, hay que eliminar fronteras.


2. La agitación imprudente de lo que nos diferencia


Hay que combatir la política que señala a los inmigrantes como el chivo expiatorio de todos los males, como los causantes del deterioro de los servicios públicos (deteriorados, cuando lo están, no por ellos sino por la falta de recursos). Hay que contribuir a que a ambos lados de la ciudadanía se produzca el encuentro, la comunicación, el ponerse unos y otros en lugar del diferente que se tiene enfrente, exigiendo respeto mutuo, comunicación mutua, alianza de civilizaciones.

Se combate el racismo, la xenofobia, se abandonan las teorías de la asimilación (Francia) o de colonización (Inglaterra) y se preconiza la integración, pero surgen nuevas formas de exclusión en torno a la segregación, a la separación del diferente, del pobre, doblemente a separar si además es inmigrante, nuevas formas de rechazo más sutil y encubierto, más cotidiano y menos visible, más horizontal, más adaptado al mundo que vivimos, más “políticamente correcto”, más frías, modernas, racionalizadas, rechazo que evita el contacto con el emigrante, que niega que exista el problema de la discriminación, no asociamos sentimientos negativos a los emigrados pero les damos menos características positivas, se les rechaza en cuestiones cotidianas, de manera indirecta, evitando el contacto, la mezcla, la cercanía.

Casi nadie habla o defiende ya, un sistema de categorías raciales para clasificar a las personas, estableciendo correlatos con lo psicológico y planteando una jerarquización de las razas y conductas diferenciales según el grupo racial (antiguo racismo y su teoría unida) pero, a veces, parece sustituirse esa ordenación por categorías raciales en una ordenación por categorías nacionales dividiendo a la humanidad en compartimentos estancos diferentes pero similares, tal vez no jerárquicos pero si con consecuencias conductuales claras, definiendo qué rasgos debe tener alguien que pertenezca a una determinada nación, recibiendo un trato de favor los nacionales frente a los extranjeros.

Nos quejamos de que vengan a nuestro país, les miramos con recelo por la calle, nos parece mejor que no se sienten a nuestro lado en el autobús. Se les asocia a delincuencia, a veces con cierta sutileza ¿cuántas veces los medios de comunicación ante sucesos delictivos se enfatiza la nacionalidad del autor si es extranjero? ¿por qué esto no pasa si el autor es extremeño, catalán o madrileño? ¿qué hay en ese matiz que lo hace más atractivo?

Se plantea abiertamente la relación que se formula casi como directa entre inmigración e inseguridad estereotipando al inmigrante hasta límites insospechados.

Si hay una máxima que se cumple repetidamente a lo largo del tiempo es que el excluido tiene más opciones de tener que explorar vías ilegales para sobrevivir, siendo la causa de su caída en estas vías ilegales la ausencia de opciones y no, como a veces se nos pretende hacer creer, la raza o la cultura. El problema de la inseguridad ciudadana no es de raza sino de clase, no tiene que ver con el color de la piel sino con la pobreza y desigualdad. El problema es cuando el clasismo y la desigualdad tratan de justificarse y difuminarse en elementos tan superficiales y que tan poco aportan como el color de la piel. El delincuente común (aquel que más nos molesta) no conoce distinciones de raza o color y sí suele tener rasgos comunes de pobreza y exclusión las cuales no conocen diferencias raciales.

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